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JUAN RAMÓN MOLINA

Poesía

Nació en Comayagüela en 17 de abril de 1875 y falleció en San Salvador en el 2 de noviembre de 1908. Es uno de los grandes exponentes del modernismo en Centroamérica y su obra de gran calidad literaria lo consagra como el escritor hondureño más universal. En 1892, junto al poeta Froylan Turcios y Fausto Dávila en un viaje a Brasil, -en cuyo trayecto escribe “Salutación a los Poetas Brasileños”- conoce al poeta nicaragüense Rubén Darío, quien incidirá grandemente en su estilo. Visitó España, donde colaboró en el «ABC» de Madrid, y varios países de Sudamérica, dejando huellas permanentes en su obra. Castelar alabó su canto «El Águila» y Rubén Darío su «Salutación a los Poemas Brasileños».  Juan Ramón Molina era un hombre activo, personal y políticamente.  Fue colaborador de la candidatura del General Terencio Sierra de quien se consideraba amigo. Presidente de Honduras durante el período 1899-1903, Sierra, molesto por una publicación que hizo Molina en el Diario de Honduras, bajo su dirección, lo mandó a picar piedra, encadenado, en la carretera que se construía al sur del país. El artículo que tanto lo había molestado «Un hacha que afilar», era un conocido apólogo de Benjamín Franklin, que los acólitos de Sierra consideraron alusivo, hostil y digno de ser castigado con la prisión del poeta.

Obras: Una muerta, poema elegíaco (Tegucigalpa, 1905); Prefacio a la novela hondureña Annabel Lee de Froylán Turcios (Tegucigalpa, 1906) que nunca escribió Turcios; Añoranzas (San Salvador, 1906) y Tierras, mares y cielos (Tegucigalpa, 1911). Es el poeta hondureño más grande de todos los tiempos, y el mejor exponente del Modernismo centroamericano después del fundador de esta escuela, Rubén Darío. Tierras, Mares y Cielos es el título de la obra completa de Juan Ramón Molina, editada por Froylán Turcios.

PESCA DE SIRENAS

Péscame una sirena, pescador sin fortuna,

que yaces pensativo del mar junto a la orilla.

Propicio es el momento, porque la vieja luna

como un mágico espejo entre las olas brilla.

 

Han de venir hasta esta ribera, una tras una,

mostrando a flor de agua el seno sin mancilla,

y cantarán en coro, no lejos de la duna,

su canto que a los pobres marinos maravilla.

 

Penetra al mar entonces y coge la más bella,

con tu red envolviéndola. No escuches su querella,

que es como el llanto leve de la mujer. El sol

la mirará mañana -entre mis brazos loca-

morir -bajo el divino martirio de mi boca-

moviendo entre mis piernas su cola tornasol.

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