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FROYLÁN TURCIOS

Novelista, Cuentista, Editor, Antólogo, Periodista y Poeta

José Froylán de Jesús Turcios Canelas. Nació en San Francisco de Becerra, Olancho el 7 de julio de 1875 y Murió el 19 de noviembre de 1943 en San José, Costa Rica.  Connotado hombre de las letras. Ministro de Gobernación. Diputado al Congreso Nacional. Delegado de Honduras ante la Sociedad de Naciones de Ginebra, Suiza. Dirigió el diario El Tiempo de Tegucigalpa y fundó las revistas El Tiempo de Tegucigalpa, El Pensamiento (1894), Revista nueva (1902), Arte y Letras (1903) y Esfinge (1905), entre otras. Radicado en la república de Guatemala editó los periódicos El Tiempo (1904) y El Domingo (1908). A su regreso a Honduras, dirigió los periódicos El Heraldo (1909), El Nuevo Tiempo (1911) y Boletín de la Defensa Nacional (1924); en 1925 fundo la «Revista Ariel». Fue secretario privado del guerrillero patriota Augusto César Sandino en la república de Nicaragua, y en el plano literario amigo de Rubén Darío, Juan Ramón Molina y numerosas figuras del pensamiento universal. Realizó una férrea labor de defensa nacional y a veces no estuvo de acuerdo con la política implementada por los Estados Unidos de América y otros países en la región centroamericana y las Antillas.

Obra:

Mariposas, prosa y verso (Tegucigalpa, 1985). Renglones, prosa, (Tegucigalpa, 1899). Hojas de otoño, cuentos, prosas y versos (Tegucigalpa, 1904). El vampiro (Tegucigalpa, 1910). Tierra maternal, Olancho, cuentos y poesías (Tegucigalpa, 1911). El fantasma blanco, novela corta, (Tegucigalpa, 1911). Prosas nuevas, cuentos y poemas en prosa (Tegucigalpa, 1914). Floresta sonora, poesía, (Tegucigalpa, 1915). Cuentos del amor y de la muerte (París, 1931). Flores de almendro (París, 1931). Páginas del ayer (París, 1932) y Memorias (Tegucigalpa, 1980).

Su figura continúa despertando simpatías. La obra literaria es objeto de estudios superiores. El Doctor José Antonio Funes es el investigador que ha profundizado sobre la personalidad de Turcios en el mundo político y literario.

ORACIÓN DEL HONDUREÑO

Sintiéndose inspirado en las personas y en el paisaje de su país natal Honduras. «La Oración del hondureño» aparece en su Libro «Páginas del Ayer» (Paris, Francia, 1932).

¡Bendiga Dios la pródiga tierra en que nací!

Fecunden el sol y las lluvias sus campos labrantíos; florezcan sus industrias y todas sus riquezas esplendan magnificas bajo su cielo de zafiro.

 Mi corazón y mi pensamiento, en una sola voluntad, exaltarán su nombre, en un constante esfuerzo por su cultura.

Número en acción en la conquista de sus altos valores morales, factor permanente de la paz y del trabajo, me sumaré a sus energías; y en el hogar, en la sociedad o en los negocios públicos, en cualquier aspecto de mi destino, siempre tendré presente mi obligación ineludible de contribuir a la gloria de Honduras.

Huiré del alcohol y del juego, y de todo cuanto pueda disminuir mi personalidad, para merecer el honor de figurar entre sus hijos mejores.

Respetaré sus símbolos eternos y la memoria de sus próceres, admirando a sus hombres ilustres y a todos los que sobresalgan por enaltecerla.

Y no olvidaré jamás que mi primer deber será, en todo tiempo, defender con valor su soberanía, su integridad territorial, su dignidad de nación independiente; prefiriendo morir mil veces antes que ver profanado su suelo, roto su escudo, vencido su brillante pabellón.

¡Bendiga Dios la pródiga tierra en que nací!

Libre y civilizada, agrande su poder en los tiempos y brille su nombre en las amplias conquistas de la justicia y del derecho.

LOS ALCARAVANES

Vuelan sobre el verdor de la sabana

con torpes alas que el cansancio oprime,

mientras el viento de la tarde gime

y el sol tramonta en la extensión lejana.

 

Persiguen sin cesar a la indefensa

culebra que se oculta en los gramales

o inmóviles calientan los nidales

en un rincón de la llanura inmensa.

 

Del espeso follaje en la verdura

juntos dormitan en la noche oscura

del cruel invierno en las glaciales horas;

y al fulgor de las lunas del verano

perturban, anunciando las auroras,

sus roncos gritos la quietud del llano.

EN LA MUERTE DE MI PADRE

¡Murió por fin! el misterioso espíritu

se desprendió fugaz de la materia,

rayo brillante que tocó la vida

para alumbrar un rato su existencia

y volar presuroso a confundirse

eternamente con la luz primera.

 

¡Murió por fin! sus venerados restos

sepultos yacen en la madre tierra;

y nada el mundo de su vida guarda;

y nada el mundo de su vida queda;

pero vive una esposa que le llora,

que junto con sus hijos le recuerda,

y fijas sus miradas en el cielo,

una plegaria sin cesar elevan,

mientras guarda su imagen la memoria

y tras el alma el pensamiento vuela.

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