0801 Distrito Central -Tegugigalpa/Comayaguela
Datos Históricos
El Real de Minas de San Miguel de Tegucigalpa (1578-1767)
Como San Luis Potosí o como Zacatecas en la Nueva España (México), posiblemente Tegucigalpa no es fundada ya que ha sido imposible encontrar acta de fundación; inclusive no se encuentra hoja de méritos en que algún adelantado, alcalde o gobernador se haya atribuido el hecho. El Dr. Vallejo dice: «…No se sabe, pues, de modo positivo el día y el año que se fundó el Real de Minas de Tegucigalpa, con todo y aunque nosotros creemos que es una temeridad fijar fechas sin que conste en documentos originales y auténticos, nos atrevemos a afirmar que Tegucigalpa fue fundada en 1579, porque en estos años como en los siguientes, se hicieron importantes descubrimientos de ricos minerales en los cerros de San Marcos, Agalteca, Teguzgalpa, Santa Lucía y Apasapo, que así se llamó al antiguo pueblo de los aborígenes de Aramecina.» (Antonio Ramón Vallejo. Primer Anuario Estadístico correspondiente al año de 1889, Tega, 1983.)
El elemento más denotativo de la fundación de Tegucigalpa es la relación hecha por su majestad don Alonso de Guevara, de todos los pueblos que hay en la provincia a su cargo, realizado en fecha de 1582 y que dice: «… en los términos y jurisdicción de la ciudad de Valladolid (Comayagua ) se descubrieron las minas del cerro de Guasucarán, y después dellas, las minas de Agalteca y otras de seis años a esta parte y ahora tres años y medios se descubrieron y poblaron las minas de Tegucigalpa»(Documento No. 21, «Réplica de la presentación del alegato fronterizo de Honduras con Guatemala». Washington, D.C. 1932, páginas, 132 y s.s.).
A Tegucigalpa probablemente se dio el nombre de Real de Minas de Tegucigalpa dada la costumbre que tenían los españoles de señalar los lugares de acuerdo con el santoral religioso. Así fue cómo el pequeño mineral empezó a desarrollarse, y ya de todos es sabido que en 1578 fue nombrado don Juan de la Cueva, como su Alcalde Mayor y que en la fecha subsiguiente a este nombramiento, las tierras son denunciadas y tituladas por la élite de Comayagua que aspira y prevé el desarrollo minero. Además del pueblo de indios, situado a la margen derecha del Río Grande, llegan no sólo los pobladores comayagüenses sino también todos aquellos intrusos, aventureros, sin familias y sin fortuna a asentarse, en espera de un porvenir en que los ricos metales, los sacarían de pobres.
Legalmente fueron 16 las familias fundadoras de Tegucigalpa que son prácticamente las mismas que 194 años más tarde aparecen en la nómina de vecinos principales que firman la solicitud para que el Real se convierta en Villa. La población había crecido y tenía una relativa organización política, pero aún no contaba con un diseño urbano. Los franciscanos, habían llegado a finales del siglo XVI y habían fundado un convento dedicado a San Diego de Alcalá, donde aparecen yá nombres de algunos prósperos mineros como aquel Carlos Ferrufino, que según testimonio del Padre Vásquez ofrece la friolera de 500 tostones de oro para la fábrica del mismo.
Posteriormente, ni los mercedarios se salvaron de la fiebre del oro, y la Real Orden de los Cautivos por el Pecado, llamados simplemente mercedarios, que habían tenido en 1715 la triste experiencia de renunciar a misionar en el hermoso valle de 32 leguas cuadradas, se aposentaron en el Real de Minas, construyendo una pequeña casa profesa en Tegucigalpa, desarrollando su influencia y la mina de la Mololoa en el Real de Santa Lucía, hasta obtener fondos y poder construir su monasterio en el terreno donado por la municipalidad en el área cercana a la margen derecha del Río Grande, en donde se desempeñaba el río dador de vida para la naciente ciudad.
El primer párroco beneficiado del Real de Minas fue el Padre don Juan de Zuaza y Guzmán que construyó una pequeña capilla, atravesada en medio del llamado «llanito de las moras», que era un montículo (posible excavón funerario precolombino), que después fue destruido ya en el siglo XVIII en que los criollos buscan convertir el Real en Villa, para hacer gala de ser los fundadores de una ciudad que conforme a los preceptos de la ilustración y la influencia del enciclopedismo, debía contar con su plaza mayor e iglesia reservando los solares del recuadro para el edificio de la alcaldía, cárceles y aquellas mansiones que colmarían las fantasías de una clase social rápidamente enriquecida por las bondades de la tierra que devolvía mágicamente los bienes de sus entrañas.
El pequeño Real fue creciendo detrás de las tapias de los conventos en forma desordenada y confusa. Las inmigraciones de principios del XVII llegaron por el camino del bajío mexicano, muchos de ellos como el sobrado de Santelices, Márquez y Castejones, Idiáquez y Seguras, arribaron de la Puebla de los Angeles, transportando con ellos, su cosmovisión, sus creencias, e inclusive una cultura que se centraba en el sentido de la fiesta, las artesanías y los oficios y sobre todo, la expresión de estas creencias.
Fueron 49 los alcaldes peninsulares que gobernaron la ingobernable ciudad ya cundida en siglo XVII de mestizos y tantas castas que era prácticamente imposible catalogar, ya que muchos de los mismos candidatos a alcaldes criollos no podían llenar sus hojas de méritos por tener ya en sus venas sangre de indio, de mulato o africano. En el período del Real de Minas se conforma el sentimiento de la milagrería. Todo podía pasar en aquella tierra extraña en que el minero asentaba su choza cubierta de palma, al lado de la mina, durmiendo con el arcabuz entre las piernas, celoso guardián para evitar los robos nocturnos de la broza argentífera. Estos mineros no tenían tiempo para contratar arquitectos y alarifes; ellos mismos construyeron sus casas con el rústico horcón y el capote del pino resinoso recién cortado. Cuando la veta era productiva, le resultaba más fácil conseguirse un comerciante de Guatemala, que importara 500 yardas de seda para forrar enteramente el albergue o palafito.
Del Real a la Villa. Sitio de riqueza incalculable
El Real de Minas de Tegucigalpa produjo del primero al segundo lustro del siglo XVIII el 2.9 % del total de las importaciones de plata y oro que fueron de América a Europa, lo que significó que aquella clase minera, que en el siglo anterior se había establecido en Tegucigalpa sin herencia alguna, se transformara en una fuerte clase minera prepotente y poderosa que empezó a formular el sentimiento criollista amparado en el amor a la tierra que ellos habían dominado, a la sangre de origen hispánico que les precedía, llegando a nominar una especie de precepto de vida que decía «nuestro Señor el Rey, manda en el mundo pero está muy lejos, por lo tanto, aquí mando yo…».
Como hemos dicho en otro lugar (Oyuela, Leticia: «Un siglo en la Hacienda» opus cit.), las cifras servidas por investigadores como Linda Newson y Murdon MacLeor nos ofrecen datos – en la exportación de minerales- que no son del todo confiables porque basan sus registros únicamente en las exportaciones oficiales, sin medir los datos del contrabando con los ingleses, franceses y sobre todo con los llamados «neutrales» que se refiere a los no participantes en la guerra europea de los cien años, es decir, Bélgica, Suecia y los Estados Unidos de Norteamérica. Los ingleses habían llegado a tal grado de descaro, que en la franja atlántica de la provincia de Honduras instalaron dos establecimientos llamados Black River y The creek, que eran básicamente puertos de cabotaje del comercio ilícito.
En los años centrales del siglo XVIII el Real de Yuscarán se encuentra en la etapa máxima de su producción, aprovechando los ingleses – en cooperación con grupos caribes- para establecer un sistema a través de la red fluvial que descendía en ríos secundarios llamado «Los encuentros», a pocos kilómetros de Yuscarán. Otro detonante del comercio ilícito es que su Majestad el Rey – tanto en las casas de rescate como en las claverías locales- pagaba a seis pesos el marco de plata y el quinto que se pagaba en el local de la Casa de rescate de la Audiencia de Guatemala, mientras los corsarios de la otra Majestad, lo pagaba directo a nueve pesos el marco, y encima, los bucaneros franceses que tenían su enclave en el pacífico (con dedicatoria al oro de El Corpus y la plata del puerto de Aguantequerique y la zona de Nacaome y Langue), con el agregado de que los franceses también pagaban en especies, es decir, ropas, paños, telas, etc.
Wulschner, el viajero austríaco nos narra cómo los comercios de la Tegucigalpa del siglo XVIII son también montados y provistos de tales variedades que podían rivalizar con los mejores establecimientos de un barrio francés o inglés (Wulschner, Hans Joachim: «Del Río Grande a la Plata». Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 1975, opus cit.). En los mortuales inventarios de los criollos y peninsulares del Real de Minas encontramos las fuertes descripciones que van desde paños de Roham a telas de Lency, sedas del extremo Oriente, ya que se habla de «seda de Cyam», «parasoles del Japón» hasta relojes de bronce con música «de la Francia» (para mayor abundamiento véase «La Hacienda como prestigio: un pasado de esplendor». Mortual de don Florentín Escoto, en Oyuela, Leticia: «Cuatro hacendadas del siglo XIX». Editorial Universitaria, Tegucigalpa, 1989.)
Estructura del poder criollo, nuevos amos.
Los criollos habían creado su propio círculo de poder: para sostener los grandes contingentes de trabajadores de la minería crearon las grandes estancias de ganado mayor a fin de tener semovientes para el destaso, y alimentar así a esas grandes tropas de trabajadores (barreneros, cargadores, operarios de taladros, constructores de las casas de estuco, etc.).
En el punto impreciso en que estas estancias se convierten en haciendas, en 1649, es la época del famoso «temporal», posible residuo de algún huracán caribeño, en que las mujeres de los mineros se vieron necesitadas de trasladarse a las casas de la Estancia para protegerse de las lluvias, ya que el patrón arquitectónico había previsto enclavar las casas de hacienda en las zonas más altas para evitar las inundaciones. Las mujeres crearon el «obraje» para utilizar los excedentes de las estancias, surgiendo así fábricas artesanales que iban desde los quesos, mantequilla y cuajadas, hasta la fabricación de cordeles de cuero, árganas y turrones, cebos para velones y candelas y la utilización de grasas para el «zulaqueado» de patios mineros y caminos de acceso. Las municipalidades fueron las gananciosas con la creación de la hacienda, porque inmediatamente se crea el impuesto de destase, invirtiéndose así la tradición culinaria, porque las fiestas de guardar en el calendario religioso, así como los patronatos, en vez de ser de abstinencia, como en Europa, se convirtieron en días de grandes comilonas, efectuadas normalmente en las plazas públicas, cercanas a los reales de minas. (Véase Oyuela, Leticia: «Fe, riqueza y poder». Testamento de don Mariano del Pino y Jara. Instituto Hondureño de Cultura Hispánica, Tegucigalpa, 1992.).
Todo este ambiente económico, dio por resultado la interna confirmación del criollo, que para esa fecha había creado un pacto tácito con los aborígenes, transformados en caporales y sabaneros, y que en suma – en el proceso ganadero- eran básicamente los mandos intermedios, de la misma manera que la mano de obra africana con sus descendientes pasaron a ser empleados básicos de la minería.
Pobladores originales de proveniencia dudosa.
Se citan cuatro capitanes para la conquista y pacificación de Olancho que son a saber: don Carlos Idiáquez, don Bartolomé de Escoto y Contreras, Joan de Segura y Francisco de Alles; el grupo aparece en las listas de los vecinos principales emitida en 1762 y lógicamente el militar que permite los privilegios para estos cuatro capitanes adelantados es el descendiente directo de la conquista de Las Segovias, don Luis Martín de Rivera y Alcántara que hacen del Real de Minas de San Miguel de Tegucigalpa el punto de partida para la pacificación de Tegucigalpa y que según Fray Bernardo de Espino, estaba sumamente poblado de pech, tulupanes y tawahkas, de tal manera que estos indios alzados llamados Xicaques, fueron la base de las grandes encomiendas, que tipificaron el surgimiento de las grandes haciendas tanto ganaderas como de la explotación de los placeres auríferos del sector.
Así es que no se sabe con propiedad si fueron esos «olanchanos» la base de sustentación del poblamiento de Tegucigalpa o viceversa, o si vinieron los olanchanos a fundar Tegucigalpa. La verdad es que las cuatro familias, mezcladas entre sí por matrimonios de conveniencia, empiezan a ejercer el poder y la influencia en el desarrollo que hace el tránsito del Real a la Villa.
Surgimiento de un líder: José Simeón de Celaya.
Don Joseph de Celaya pertenece a una familia que recoge la herencia por la fundación del pueblo de Celaya en la Nueva España, por la parentela que ostenta de aquel Miguel de Garaycoa que había disputado a Cortés el privilegio de la conquista del pánuco de la Tierra Caliente, que no sabemos porqué razones vino a parar a la provincia confinante de Honduras, instalándose en la Comayagua del siglo XVII, con su hermano Miguel, Maestre Escuela y Maestre de Armas. Don Joseph nos deja entrever ser poseedor de un carácter violento y exacerbado, cuando concurre a la Alcaldía Mayor para renunciar a una manzana que se le había concedido en el reparto de solares efectuado por el Alcalde Mayor don Gabriel de Echeverría en 1703, porque a su decir, «no necesitaba de solares donados como servicio de caridad, ya que tenía suficientes en la villa y muchas más tierras en Olancho, como para asentar su propio ejército»; la alcaldía que había hecho un reparto de solares de 12.50 varas por 25 de fondo que generó la típica casa «chorizo», que se convierte en típica del siglo XVII en el Real, donde el mismo alcalde Echeverría había aposentado a los inmigrantes andaluces en el barranco de la Joya.
Don Joseph de Celaya se había casado en primeras nupcias con doña Francisca de Alles con quien tuvo a Santiago y José María y cerca de 1740, desposa a doña María Manuela de Cepeda, que si bien es cierto no tiene dote, es la fina y distinguida hija de los funcionarios reales don Ventura de Cepeda y doña Josefa de Uclés, quien fallece dejándolo viudo otra vez, después del parto de su hijo único, don José Simeón de Celaya. El fogoso capitán vuelve a contraer nupcias con doña María Manuela de Herrera con quien procrea a Pedro Mártir, Juan José, Martín, María Ana, Juana Antonia Josefa y Tomás de Celaya y Herrera, quienes obtienen una impresionante fortuna, no sólo por el capital de don Joseph sino por la dote de la madre.
Cuando José Simeón Celaya y Cepeda regresa del Colegio Tridentino de San Carlos de Guatemala y permanece en Comayagua, en los años centrales del siglo XVIII, en que tanto en Comayagua como en Guatemala, se desata el escándalo del comercio ilícito, en el período que es gobernador el Oidor, lic. Enrique Longman, y que aparece comprometida hasta la cabeza del Arzobispado. El escándalo tiene tal volumen que la Corona obliga al Papa Benedicto XIV para emita una pragmática en la que se prohíbe que los curas de Tegucigalpa tengan tratos comerciales con los puertos de mar o de río, según consta en el acta de visita del Deán don Francisco Navarro al Real de Tegucigalpa.
Para esa fecha el joven José Simeón abandona su cargo de profesor de filosofía y cánones en la Escuela Tridentina de San Agustín de Comayagua para trasladarse como cura beneficiado de Tegucigalpa y empieza a manifestarse como el auténtico líder de las ideas criollistas para lo cual utiliza la idea de construir un templo para la parroquia de San Miguel de Tegucigalpa.
Celaya llega al Real de Minas con ambicioso proyecto.
La parroquia no sólo significaba un templo católico más sino que se erigía como el centro de la vida colonial, que aglutinaba a todas las capas intermedias y sobre todo a las etnias que ya habían llegado a un grado tal de imposible clasificación, que es cuando surge el adjetivo de «pardo» para designar a todos aquellos que tenían tantas mezclas de sangre como era posible. El padre Celaya no obtuvo la autorización arzobispal para la construcción del centro sino hasta 1756, tal como consta en la visita que realiza el ilustrísimo licenciado Diego Rodríguez Rivas de Velasco, en cuya acta de visita consta esa autorización, así como la acusación de favorecer a los indios, prestándoles inclusive las llaves del Templo y además de participar en las fiestas nocturnas de borracheras y comilonas que estas castas acostumbraban.
Actualmente conocemos mucho más de la vida del presbítero Celaya y no dudamos – gracias al texto incluido en retrato hecho por José Miguel Gómez- no sólo de su talento y cultura, sino que fue además el constructor de su propio templo y que constituye la experiencia más avanzada en la arquitectura realizada por criollos y aborígenes. La mayor parte de los historiadores han mencionado al arquitecto guatemalteco Juan Niasanceno Quiroz como el ejecutor de los planos; sin embargo las disposiciones que emitió para esa fecha la Audiencia de Guatemala hacía obligatoria la presentación de planos por un arquitecto inscrito en la misma audiencia, razón por la cual es muy probable que el padre Celaya haya comprado los planos en dicha ciudad, pero que la obra se realizó en cooperación con los gremios de aborígenes que, en sus espacios de nomadismo y amparado por el sistema cofradía- danza – lengua, fueron constructores de los más importantes templos y decoraciones de la mayoría de los mismos que aún subsisten en las regiones más apartadas de la actual república.
Celaya, más que un líder un auténtico conciliador.
Así fue como nace el auténtico líder del pensamiento «criollista» en la personalidad de un cura ilustrado y enciclopedista. La biblioteca del señor cura Celaya es el testimonio más evidente de esa pasión por la lectura que se encarna en el espacio del cambio de la dinastía española.
DECRETO Número 11, en que se Declara la Ciudad de Tegucigalpa, por ahora, Capital de la República.
MARCO AURELIO SOTO.
Presidente Constitucional de la República de Honduras.
A sus habitantes, sabed:
Que la Asamblea Nacional Constituyente ha emitido el Siguiente
DECRETO NO. 11
LA ASAMBLEA NACIONAL CONSTITUYENTE
Considerando que la ciudad de Tegucigalpa reúne las condiciones i elementos necesarios de población i riqueza, para la residencia del gobierno i de la Corte Suprema de Justicia i reunión del Congreso: que en ella se encuentran el almacén principal de guerra, la Casa de Moneda i la Imprenta Nacional, lo mismo que las oficinas centrales de renta, telegráficas i de correos; por tanto,
DECRETA
Artículo Unico.- se declara la ciudad de Tegucigalpa, por ahora, Capital de la República.
Dado en el Salón de sesiones, en Tegucigalpa, á 30 de Octubre de 1880.- al Poder Ejecutivo.
Manuel Gamero, Presidente.- Luis Bográn, Secretario.- Jerónimo Zelaya, Secretario.
Por tanto: ejecútese.
Tegucigalpa, Noviembre 2 de 1880.
MARCO AURELIO SOTO
El Secretario de Estado en el Despacho de Gobernación, Justicia i Fomento.
E. GUTIERREZ.
I por disposición del señor Presidente, imprímase i publíquese.-
GUTIERREZ.
Real de Minas
1578-1581 Juan de la Cueva y Gómez Arias
1581-1586 Juan Cisneros de Reynoso
1586-1594 Juan Nuñez Correa
1594 Rodrigo de Fuentes y Guzmán
1594-1599 Francisco de Pereña
1599-1601 Rodrigo Ponce de León
1601-1602 Gonzalo de Palma
1602-1609 Sebastián de Alcega
1609-1619 Juan de Lobato
1619-1621 Juan de Espinosa Pedruja
1621-1625 Diego de Funez Cerrato
1625-1631 Juan de Salazar
1631-1636 Juan de Espinosa Pedruja
1636-1938 Jose de Orosco Moradillo
1638 Bartolomé de Escoto (interino)
1638-1649 Juan Rodríguez de Castro
1649-1656 Antonio Nieto de Figueroa
1656-1666 Juan de Alvarado Benavides
1666-1667 Gabriel de Ugarte Ayala y Vargas
1667-1671 Eugenio Lobo (interino por muerte de Ayala)
1671-1674 Diego de Aguileta y Peralta
1674-1678 Fernando Alfonso de Salvatierra
1678-1682 Fernando Rangel de Salvatierra
1682-1684 Antonio de Ayala Ferrera
1684-1985 Miguel Antonio Tinoco
1685-1687 Baltazar Matías de Escoto y Mendoza (interino)
1687 Diego del Rivero
1687-1689 Rodrigo de Sarmando
1689-1692 José Fernández de Córdova y Pozas (interino)
1692-1693 Juan Alonzo Cordero
1693-1696 José de Subizmendi (interino)
1696-1699 Santiago de Berroterán
1699-1703 Manuel José de Castro
1703-1704 Gabriel de Echeverría
1704-1710 José Antonio Galindo
1710-1711 José Damián Fernández de Córdova y Ceballos (interino)
1711-1718 Manuel de Porras Madrazo Escalera
1712-1714 José de Ibarra (en ausencia de Porras Madrazo)
1718 Bartolomé de Cuellar y Gonzáles Cid
1718-1720 Manuel José de Amezqueta y Verdugo
1720 Martín de Zelaya
1720-1721 Juan de la Cuadra
1721-1725 Manuel Muñoz y Martínez de la Carra
1725-1726 Agustín Muñoz
1726-1727 Cristóbal de Sobrado Santélices (interino)
1727-1729 Tomás de Fernández de Córdova y Seballos (interino)
1729-1733 Clemente de Arauz y Sosa
1733-1738 Antonio de Arroyave Y Beteta
1738-1745 Pedro Baltazar Ortiz de Letona y Sierra
1745-1746 Diego de Arroyave y Beteta (interino)
1746-1747 Juan Antonio Montúfar y Alvares de Toledo (interino)
1747-1749 José Salvador Casares Berra
1749-1755 Juan Nicolás Ortíz de Letona
1755-1759 Vicente Toledo y Vivero
1759-1761 Miguel de Servellón y Santa Cruz
1761-1766 Francisco Nicolás del Busto y Bustamante
1766-1767 José Miguel Castrejón (interino)
1767-1774 Gerónimo de la Vega y Lacayo
Villa de Tegucigalpa
1774-1786 Ildefonso Ignacio Domezain
1777 Guillermo de Rivera Zelaya
1778-1782 Luis de Rivera Iriaquez
1782-1786 Joaquín José de Posada
1786-1788 Lorenzo Vásquez y Aguilar (interino)
Régimen de Intendencia
1788-1789 Pedro Mártir de Celaya Ferrera
1789-1794 José Leandro de la Rosa Ortíz de la Sierra
1794-1797 Fernando Basurto
1797-1799 Manuel José Midence Zelaya
1799-1805 Manuel Antonio Vásquez y Rivera
1805-1807 Francisco Antonio Gonzáles Travieso
1807-1812 Antonio Tranquilino de la Rosa Ortíz de la Sierra
Segunda época
Poder Criollo
1812-1815 Juan Francisco Márquez Castejón
1814 José Manuel Márquez (Interino)
1815 Pablo Borjas (Interino)
1815 Manuel Antonio Vásquez y Rivera (Interino)
1815 Joaquín Espinoza (Interino)
1815-1817 Simón Gutiérrez (Interino)
1817-1821 Narciso Mallol
1820 Andrés Lozano
1821 Esteban Guardiola Amorés
1821 Tomás Midence
Alcaldes en el período Republicano
1823 Miguel Bustamante
1824 Matías Zúniga
1825 Pablo Irías
1825 José Simeón Durón
1826 Guadalupe Lagos
1828-1829 Juan Tablas
1830-1831 Atanasio Castro
1832 José Ferrari
1833-1834 Pedro Galindo
1835-1836 Desiderio Durón
1837 Bruno Soto
1838 Pablo Oquelí
1838 José Manuel Sánchez
1839 Crescencio Cubas, por depósito de vara
1840 Manuel Emigdio Vásquez
1841 José María Villacorta
18421843 Zotero Moncada
1844 Blas Cano
1845 Luis Brito
1846 Faustino Dávila
1847 Manuel Emigdio Vásquez, José María Villacorta,
Francisco Reyes, Juan Tablas,
César Molina, (Corporación Municipal).
1848 Francisco Botello
1849 Pablo Maradiaga, Pedro Reyes, Rafael Ugarte (Corporación)
1850 Francisco Botello
ALCALDES DE COMAYAGUELA
1900 Pablo Maradiaga
1901 Jesús Zúñiga
1902 Jesús Zúñiga
1903 Francisco Verde
1904 Samuel S. Valladares
1905 Benjamín Henríquez
1906 Benjamín Henríquez
1907 Pascual Sosa
1908 Orosmán Rivas
1909 Máximo Amador M-.
1910 Pedro García
1911 Hermenegildo P. Valle
1912 José María Sosa
1913 Alfredo Trejo Castillo
1914 Juan Pablo Roque
1915 Juan Pablo Roque
1916 Francisco Valladares L.
1917 Francisco Valladares L.
1918 Carlos H. Sánchez
1919 Manuel E. Sosa
1920 Carlos H. Sánchez
1921 Juan Angel Irías
1922 Francisco Valladares L.
1923 Francisco Valladares L.
1924 Julio Cesar Carrasco
1925 José F. Gómez
1926 Ramón Verde V.
1927 Ramón Verde V.
1928 Víctor García Matamoros
1929 Juan Pablo Roque
1930 Terencio Z. Amador
1931 Salvador Espinoza Valladares
1932 Terencio Z. Amador
1933 Fernando Zepeda Durón
1934 Víctor García Matamoros
1935 Fernando Zepeda Durón
1936 José F. Gómez
1937 Fernando Zepeda Durón
1938 Marcos Ramírez Bustillo
ALCALDES DE TEGUCIGALPA
1900 Pablo Maradiaga y Rubén Mondragón
1901 Samuel Laínez
1902 Jesús Estrada
1903 Esteban Ramos
1904 M. Mendoza
1905 José Ynestroza
1906 Daniel Fortín
1907 José Ynestroza
1908 Pablo Rosales R.
1909 Isidro Martínez
1910 Ramón Fiallos
1911 Julián Padilla
1912 B. Rosales y Camilo R. Reina
1913 Miguel A. García
1914 Rubén R. Barrientos
1915 Federico Ferrera y Tulio Dávila
1916 Moncada Rastrick
1917 Rubén R. Barrientos
1918 Antonio Lardizábal
1919 Juan E. Galindo
1920 Trinidad E., Rivera
1921 Camilo R. Reina
1922 Camilo R. Reina
1923 José M. Zelaya
1924 Lucas Moncada G. y E. Molina
1925 Carlos A. Flores
1926 Manuel Valladares
1927 J. Tomás Quiñónez
1928 Lucas Moncada G.
1929 J. Tomás Quiñónez
1930 Lucas Moncada G.
1931 Pedro Triminio
1932 José María Casco
1933 Carlos Lardizábal
1934 Francisco García Valladares
1935 Manuel Centeno Estrada
1936 Marco A. Raudales
1937 Marco A. Zúniga Inestroza
1938 Donato Díaz Medina
PRESIDENTES DEL CONSEJO DEL DISTRITO CENTRAL
1939- 1949 J. Tomás Quiñónez Aceituno
1949-1954 Francisco García Valladares
1954 Francisco Velásquez
1955 Alvaro Raúl Matute
1956- 1958 José C. Valle
1958- 1963 Alfredo Lara Lardizabal.
1963- Félix Canales Salazar
1965- 1971 José Ramírez Soto
1971 Freddy Alvarado Sagastume
1972 Francisco García Valladares h.
1973-1975 Freddy Alvarado Sagastume
1975 Félix Edgardo Oyuela
1976-1978 Henry Merrian
1979-1980 Rodimiro Zelaya
1980-1981 Alejandro Ulloa de Thuin
1982-1985 Elvin Ernesto Santos
ALCALDES ELECTOS POR VOTO POPULAR
1990-1994 Alba Nora Gúnera de Melgar Castro
1994-1998 Oscar Roberto Acosta Zepeda
1998-2002 César Armando Castellanos Madrid
2002-2006 Miguel Rodrigo Pastor Mejía
2006-2010 Ricardo Alvare
Título | Nombre | Partido Político |
---|---|---|
Alcalde | Jorge Alejandro Aldana Bardales | Partido Libertad y Refundación |
Vice Alcalde | José Cárlenton Dávila Mondragón | Partido Salvador de Honduras |
Primer Regidor | Janina Elizabeth Aguilar Galeas | Partido Libertad y Refundación |
Segundo Regidor | David Guillermo Chávez Madison | Partido Nacional |
Tercer Regidor | Silvia Margot Sosa Brocato | Partido Libertad y Refundación |
Cuarto Regidor | Karla Teresa López Valladares | Partido Nacional |
Quinto Regidor | Aurelio Lagos | Partido Libertad y Refundación |
Sexto Regidor | Ramón Alexis Romero Juárez | Partido Nacional |
Séptimo Regidor | Lidieth Díaz Valladares | Partido Libertad y Refundación |
Octavo Regidor | Cinthia Isabel Murillo Andino | Partido Nacional |
Noveno Regidor | Dagoberto Suazo Zelaya | Partido Libertad y Refundación |
Décimo Regidor | Godofredo Fajardo Ramírez | Partido Demócrata Cristiano |
HISTORIA DEL ESCUDO DE LA REAL VILLA DE SAN MIGUEL DE TEGUCIGALPA
Cuando los vecinos del Real Minas de San Miguel de Tegucigalpa solicitaron al Rey Don Carlos de España el titulo de Real Villa, pidieron también el derecho de tener y ostentar a un escudo como era de usanza de la época.
El Rey concedió ambas cosas, pues fueron tantas y tan valederas las probanzas y testimonios que se remitieron a España, que no dejaban duda de los merecimientos del vecindario respaldado por una posición económica muy sólida como la explotación minera.
Por Derechos de Escudo, el pueblo Tegucigalpense pago a la Real Hacienda cuatro mil pesos plata.
El Escudo fue dibujado por alguien del ayuntamiento cuyo nombre no se ha encontrado aun en nuestro registros, es una demostración envidiable de las alegóricas que solían usarse en la época del siglo XVIII, palmas, ramos de olivo y de roble, cenefas, volutas y morriones finalmente dibujados forman el todo, aunque el escudo en sí, esta contenido en un circulo central en donde puede encontrarse el simbolismo que los munícipes de entonces quisieron plasmar en su escudo.
El circulo central se destaca la celestial figura de San Miguel Arcángel, Patrono de la Villa llevando en su diestra la balanza de la justicia, equitativamente aplicada a todos lo vecinos, en su mano izquierda lleva una corona de hojas de olivo, simbolizando la paz y la armonía imperantes en la Alcaldía Mayor: San Miguel Arcángel parece sostenido por graciosas nueves, aunque su pie derecho simula descansar en la cúpula de alguna casa consistorial, que representan la población, esta descansa en un quiebre de montañas más bien de colinas en cuya base se observan varias boca-minas representando lo accidentado del terreno y la riqueza del lugar.
La colinas están pobladas de árboles de pino, encina y roble, especies vegetales abundantes en el sitio y como para complementar el dibujo, hay entre las colinas verdes valles sembrados de cereales y otros mantenimientos. En el aparecen varios cerros de plata con una especie de puntas y varios árboles de color simple, esto representa la riqueza mineral, la prosperidad y la vida obrera.
En el espacio representado por un fondo azul que nos indica el cielo y la concordia, y sobre los cerros de plata esta San Miguel Arcángel, vestido de color de gules y de color de oro, sosteniendo en su mano derecha una balanza y en su mano izquierda un escudo oval, todo de oro, descansa su pie derecho sobre
un pedestal de oro y significa que es el Santo Patrón de la Villa simbolizando la paz, protección y justicia y también la entereza y magnanimidad de los sentimientos cristianos
dentro de las cánones de la Religión Católica. En su circulo central se destacan las letras M.A.R. esta no es una descripción heráldica del Escudo de la Real Villa de San Miguel, hoy Ciudad de Tegucigalpa Capital de la República de Honduras.
La Real Cédula concediendo el titulo de Villa. El Escudo de Armas de Tegucigalpa. Cumpleaños del Rey Don Juan Carlos III de España.
El 16 de septiembre de 1769, el procurador Pedro Domingo Moreno hizo entrega a Andrés Guerra Gutiérrez del Escudo de Armas o divisa que le permitiera su representada la Comuna Tegucigalpense para la aprobación por la Real Audiencia; el expediente paso al Fiscal Señor Romana; paso enseguida a la Real Caja en donde el contador Cárcamo recibió la fianza correspondiente se inscribió el título y el contador oficial de la Real Hacienda, Miguel Arnaiz certifico haber recibido los pesos en plata.
El 29 de noviembre de 1770 dio posesión de haber confirmación al Ayuntamiento, con toda la Ceremonia acostumbrada y en señal de dicha posesión hizo entrega de la Real Cédula Escudo de Armas de San Miguel Arcángel y demás diligencias a la Ciudad de Tegucigalpa, para que guarden como corresponda, y Su Señoría admitió la posesión.
Ferial Patronal
29 de Septiembre, Aniversario de Tegucigalpa. San Miguel Arcángel
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