SIMBOLOS NACIONALES
La configuración de la nacionalidad hondureña se sustenta en muchas creencias que se han cimentado de modo más o menos orgánico a lo largo de su historia. El anhelo casi instintivo de todas las naciones por completar y consolidar un imaginario propio y único, pasa por procesos históricos que a la vez producen héroes y próceres, por reformas políticas que al mismo tiempo producen hitos y por periodos cívicos que simultáneamente generan emblemas.
Sin embargo la mayoría de los emblemas y por ende los símbolos que identifican a un país germinan en un clima de confrontaciones militares, discrepancias doctrinarias o crisis de identidad territorial. Por esa misma razón los símbolos suelen ser algo más que figuras caprichosas de una exaltación emotiva; más que eso, los símbolos son sellos distintivos de un ideal que se eterniza en la conciencia colectiva. Representan un punto de partida en el cual se agrupan las esperanzas y los proyectos de una ciudadanía que acepta una memoria común y al mismo tiempo un destino común.
Especialmente los escudos, fueron en el origen insignias militares que en un momento especifico simbolizaron la esperanza de un grupo y posteriormente la alternativa de las mayorías. Los escudos sintetizan no solamente el ideario de aquello que los pueblos suenan sino también la declaración enfática de aquello que las naciones ambicionan. Pero en otras ocasiones, el escudo puede representar un “tipo de vida” o un “sistema de creencias”. Así por ejemplo el escudo hondureño es una exaltación de la vida productiva y de los anhelos de paz y armonía. Una semblanza al trabajo y un homenaje a las bondades que la naturaleza derrama sobre los suelos de la patria. Más que un icono de la memoria miliciana, el escudo hondureño es la representación alegórica de valores inmortales como la paz, el progreso, el respeto mutuo y la gratitud con el creador.
La constitución de la república, en su numeral X, declara el escudo, la bandera y el himno nacional como los símbolos de la hondurenidad. Este amparo constitucional les confiere a estas tres figuras un carácter oficial y los convierte a la vez en emblemas soberanos. Recordemos que a diferencia de las demás simbologías culturalmente aceptadas – nos referimos desde luego al árbol nacional, la flor nacional y el ave nacional – los tres primeros representan hitos memorables de la historia patria. Por otra parte, los tres símbolos patrios tradicionalmente aceptados han sobrevivido a los tiempos y hoy día, mas allá de los rasgos propiamente semánticos, constituyen en el imaginario popular un rasgo inconfundible de identidad histórica y de pertenencia cívica. Mientras la sociedad se encamina inevitablemente a la búsqueda de otros destinos históricos en un marco cada vez más estrecho de identificación nacional, los símbolos patrios siguen cumpliendo una función educativa que permiten al ciudadano una ubicación al menos temporal de su origen y su procedencia.
Probablemente el himno – por su naturaleza expresiva y no figurativa – contenga menos elementos para representar “la realidad patria” en las actuales circunstancias históricas. La estructura poética del himno nacional parece no haber resistido a la nuevas realidades y las nuevos demandas de un canto nacional, pero, las razones definitivas por la cuales sigue teniendo vigencia y validez no se pueden conculcar. La patria tiene banderas, escudos e himnos que inmortalizan las hazañas de aquellos que fundaron la nación y la persistencia, reforma u substitución de estos emblemas no es simplemente un capricho, sino, algo más interesante, una reinvención del estado y la sociedad que nos conlleve mediante un proceso consciente a la refundación de una patria nueva que se sostenga sobres los viejos y olvidados ideales de nuestros antepasados.